Diez de la noche cuando me retiro hacia casa después de pasar un rato con la cuadrilla escuchando las canciones del grupo Mandala, entre los efluvios de crujiente panceta y lomo a la plancha.
Guitarras con ritmos y acento de Andalucía y voces rasgadas con fervor y melancolía. Mesas y mesas llenas de asistentes compartiendo bocadillos en amena y divertida tertulia. Cae la tarde entre brindis de vinos y cervezas mientras las canciones ponen el contrapunto a la conversación. Un reguero de bocadillos a los que dar fin con mucho gusto acompasados por los corrillos y los más bailongos que se contonean, cantan y dibujan las canciones sobre el claroscuro de la plaza. Una sorda conversación para un murmullo envuelto en ese aura que llena plaza de miradas y saludos.
El aire aún respira el resquemor y el regusto de las planchas que han servido para preparar los bocatas, y ya, con las mesas de reparto vacías y todos satisfechos, tan sólo quedan unas migajas para los pardales, es el momento de que la organización se tome su merecido descanso y refrigerio.
El Pico se enciende y la plaza de La Alegría se llena de colores y agradecimiento. La música me acompaña hasta los aledaños de la piscina. Como digo, no sé cómo continúa la fiesta.
Francisco López (Pacopús)
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