Páginas

16 marzo 2025

El bueno de Posposito

El bueno de Posposito
Miguel Amengual Pliego
La tarde del sábado en Quintana discurre perezosa frente al fuego amable de la chimenea, tras una larga semana laboral en la capital. Vailima es el refugio donde leo y escribo. Preparo el café, me tomo un chupito y doy alguna cabezada en el sofá de orejas, mientras dejo volar a la imaginación; es el momento de recopilar los asuntos importantes de los últimos días.


La luna llena de marzo, la luna de sangre, me recuerda que el amigo Posposito nos ha abandonado, sin hacer ruido, el pasado lunes 10 de marzo, tan discreto, sencillo y callado, como sencilla fue toda su larga vida. Enseguida me avisa mi amigo Pacoopús de la triste noticia, pues siempre se entera de todo lo que ocurre en el pueblo gracias a su amplia red de contactos.

Jubilado de la Renfe, donde trabajó durante toda su vida, Posposito patrullaba el pueblo de lado a lado; podías encontrarlo en cualquier momento en el lugar más insospechado: en el bar, en la panadería, en la tienda de Feli o en alguna esquina donde soltaba una frase amable a quien se cruzara en su camino.

Chascarrillo tras chascarrillo, imposible hacerlo callar.

En realidad, se llamaba José Luis, pero todo el mundo lo conocía como Posposito o Pospós, incluso Popi le decían los más cercanos.

Aparte de su inigualable imitación del ladrido de un perro (con el que conseguía asustar a la concurrencia) y de jactarse de su eterna soltería sin compromiso, Posposito tenía dos frases fundamentales que me soltaba de manera automática cuando nos cruzábamos por la calle. La primera la usaba cuando iba yo solo, y siempre conseguía arrancarme una sonrisa,

–Adiós, José Luis.

–Adiós, marqués.

Ese título honorífico de marqués (que yo sin ninguna duda imaginaba “del Cerrato” en mi fantasiosa imaginación) es algo que me subía el ego y me alegraba la mañana, aunque fuera algo totalmente inconsciente.

La otra frase se la reservaba para cuando me veía con Beatriz, –Adiós José Luis.
–Adiós matrimonio.

Y entonces, de nuevo, la risa volvía a iluminar nuestros rostros, pues eso de matrimonio nos llamaba mucho la atención al ser una frase tan antigua que apenas recordábamos.

Entre lo del “marqués” y lo del “matrimonio”, una parada con el saludo y la pequeña parlada con la que arreglar el mundo, pues en los pueblos la vida discurre mucho más despacio que en la capital (aparte de tener la enorme suerte de disponer del tiempo necesario para respirar con amplitud y disfrutar de la vida sin aturullarnos demasiado).

Recuerdo que cuando Posposito dejó de fumar sus farias de toda la vida, comenzó el declive de verdad. Nunca fue muy bebedor, pero sí fumaba como un carretero (en realidad confieso que daba gusto verle fumar, pues disfrutaba de cada una de las caladas de sus puros, algo que sin duda merece mucho la pena). En aquella época en que las bodas acababan con un puro de regalo para los invitados (en realidad un purito para los señores y bombones o perfume para las señoras, pues ya tenemos una edad y la vida de entonces era muy distinta a la de ahora), yo los recopilaba para el amigo de Quintana, quien me daba las gracias y me aseguraba que se los fumaría a mi salud, algo que yo agradecía pues entendía como algo muy positivo para mi propia persona.

También recuerdo a Posposito con el carrete de los vidrios o con el saco de los panes que acercaba al bar del Pico por conseguir alguna propina. Otras veces paseaba con el perro o se acercaba al merendero del sobrino, por echar un ojo y entretenerse con esas pequeñas obligaciones que nos hacen organizar los días de asueto y disfrutar de la vida en todos sus sentidos.

Pasaron más de veinte años desde aquellos primeros puros y abrazos, aunque ahora apenas podamos apreciarlo.

Posposito era un fijo portando la cruz en la cabecera de cada una de las procesiones que organizaba don Jesús en las fiestas de san Esteban, en la festividad de la patrona santa Lucía, en Semana Santa o con motivo de la celebración de san Isidro Labrador.

Cuando comenzó a fallar, le sucedió Tulín en las funciones de representación. Entonces ya empezábamos a echarle de menos.

El día que se puso malo, las vecinas dieron la voz de alerta al descubrir que a media mañana aún no había subido las persianas.

La solidaridad en los pueblos es un bien que no se paga con dinero.

Eso fue hace algunos años, dos o tres, ya no consigo recordar pues el tiempo discurre a su propia velocidad, a veces muy deprisa, otras demasiado despacio. Todo es relativo. En realidad, José Luis sufrió un ictus del que se recuperó con algunas pequeñas secuelas, pero ese golpe fatal le impidió desde entonces poder volver a vivir solo; al final tuvo que ingresar en la residencia de Baltanás, pues no tenía más familia que los sobrinos que vivían en Burgos.

Ley de vida, aunque ya se sabe que en la residencia uno se acaba apagando, como se apaga un pájaro enjaulado.

Posposito era un buen hombre, una persona feliz, un alma sencilla que alegraba nuestra existencia con su eterna sonrisa y con su bondad de hombre bueno y sin malicia. Una persona que no tenía ningún doblez.

Ya no queda más que despedirnos devolviéndole todo el cariño que nos transmitía en cualquier ocasión. Sus palabras aún resuenan en el interior de mi cabeza.

–Adiós matrimonio. –Adiós José Luis.

El amigo José Luis sigue su camino sin remedio, pues cada cual es dueño de su propio destino. Escucho los versos de Pacopús en su sentido homenaje:

Mira al cielo
mira al suelo
tal vez no mire a nada.

Va de vuelta hacia su casa
dejando un rastro de colillas,
cierra la puerta a la noche,
mañana será otro día.

Gracias Paco. Coincido totalmente en tu conclusión final: nuestro querido Posposito no es otra cosa que “pan reciente”.

También entiendo que el mundo, con todas estas pérdidas, se hace mucho más pequeño y más triste. Nos faltan las sonrisas, la vida se apaga poco a poco y las páginas van pasando sin remedio. Se van cumpliendo años y los capítulos del libro de la vida se cierran sin poder hacer nada por evitarlo.

Feliz viaje, amigo José Luis.

Espero que san Pedro haya sido generoso contigo y que al abrirte las puertas de su reino (que no está en este mundo), te haya recibido con una de esas hermosas farias que tanto te gustaban; al fin y al cabo, las nubes no son otra cosa que una condensación de humo y vapor donde se acaban escondiendo los ángeles en sus infinitas correrías.

Sabes que te echaremos mucho de menos.
Descansa en paz, tierra somos y en ceniza nos convertiremos,

Desde Vailima, a 15 de marzo de 2025

No hay comentarios:

Publicar un comentario