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25 diciembre 2024

Ya es Navidad (cuento)

YA ES NAVIDAD

Un año mas celebramos la Navidad, esa fiesta entrañable donde nos juntamos para cenar juntos con la familia, contar historias y recordar las ausencias. Un año más el misterio de la Navidad ilumina nuestros corazones. Aprovecho por recordar estos momentos con un breve relato donde descubrimos el nacimiento en las tierras del Cerrato. Cada año es lo mismo, pero siempre es diferente.

Miguel Amengual Pliego

María y José llevan un tiempo de viaje. 

Tras muchas jornadas de marcha, el frío de diciembre en el Cerrato –ese frío que trasforma las flores de los cardos en joyas de cristal de Bohemia– es algo que nunca pasa desapercibido. María y José bajan de la montaña y se dirigen a la capital donde José pretende encontrar trabajo para intentar mejorar sus precarias condiciones de vida, una justa ambición que no siempre puede llegar a cumplirse.

José es carpintero y busca cómo poder prosperar. 

María, la hija de Ana y Nicolás, es prima de Isabel. 

Sopla el cierzo con fuerza, haciendo que la sensación térmica sea mucho menor de lo que señalan los termómetros. La vida es así, muchas veces los sentidos nos alteran y confundimos el deseo con la ilusión (como ocurre en los sueños y en los cuentos de hadas, donde la imaginación se mezcla con la realidad y el anhelo con la fantasía). 

Una quimera en toda regla. 

A última hora de la tarde María y José caminan junto al río con su borriquilla, protegidos por una cúpula de nogales y alisos. La senda, entre chopos, fresnos y sauces desmochados, invita a finalizar la jornada. Enseguida se topan con las ruinas del convento, al pie de un cerro dominado por un enorme castillo que afila sus torres contra el cielo. Debe ser un sitio importante, tal y como sugieren las casas de piedra viva y las altas murallas que rodean todo el recinto. 

Una vez atraviesan el arco del Vallejo, la puerta de entrada a la villa, la pareja se acerca a buscar acomodo en la posada de la “Casa de las Fuentes”. Imposible. Las fiestas locales y la obligación de empadronamiento llenan los alojamientos hasta los topes. Ni la más remota posibilidad de poder alojarse intramuros. 

Hace rato que es noche cerrada cuando el reloj de la torre anuncia las siete.

María, que está encinta, necesita descansar; según sus cálculos, sabe que uno de estos días sale de cuentas, aunque aún desconozca el origen de esa circunstancia. José, un hombre prudente, calla y confía en el futuro. Parece que llega el momento esperado y han de buscar un lugar donde recogerse. 

En la Judería tampoco hay sitio, así que la alcaldesa les ofrece la cueva de la Mora, un refugio al pie del castillo donde protegerse del relente y pasar la noche al resguardo. No es mala alternativa; un agujero excavado en la roca, con una fuente de agua corriente a la entrada, en pleno barrio de los pastores. 

El cielo raso, con su manto de estrellas, anuncia una helada de impresión. 

José acopla el desvencijado portón que no acaba de encajar en los goznes, barre el suelo de tierra y enciende la chimenea con algunas piñas, aprovechando la leña prevista para estos casos de necesidad. 

La borriquilla platera, al fondo de la cueva, comparte espacio con la mula y el buey; el calor de los animales anima la estancia donde María busca el mejor acomodo, pues empieza a encontrarse mal con el inicio de las contracciones. 

José sale en busca de provisiones antes de que la situación empeore. 

En el bar de la plaza encuentra aceitunas y vino tinto. También consigue algunas patatas, un par de cebollas, queso y castañas. Una vecina le ofrece media docena de huevos y un saquillo de avellanas tostadas. Nada mal las vituallas recopiladas gracias a la generosidad de los parroquianos donde van a pernoctar. 

La alcaldesa advierte a Próspero, uno de los pastores, que se acerca con un manojo de leña, un cuartillo de leche, una tortilla de ajetes y una ensalada de pamplinas. Los pobres siempre acaban siendo solidarios con los pobres. 

María, una vez rompe aguas, se acurruca con un pequeño entre las piernas, que apenas llora tras su incorporación a este valle de lágrimas. José mira de reojo y no se atreve ni a acercarse. Próspero escapa como alma que lleva el diablo en busca de la partera o alguna de sus ayudantas, aunque ya ha pasado lo peor. 

José prepara el lecho donde María pueda descansar, aviva el fuego y esconde las patatas en las brasas por tomar algo caliente. Encuentra una castañera de barro y una herrada donde calentar agua, El niño sonríe como si estuviera de vuelta de todos estos asuntos mundanos, pues nacer y morir es algo que resulta bastante sencillo; solo algunas personas lo hacen demasiado complicado. 

María también sonríe feliz, abrazada a su hijo y envuelta en su manta de viaje. A pesar de su juventud, es una mujer dura y resistente que saca una fuerza increíble de lo más profundo de su ser. 

Encima del caserío se alzan las murallas de la fortaleza donde las trompetas del rey Herodes anuncian un bando inquietante: peligra la vida de los recién nacidos ante la amenaza de un nuevo soberano capaz de destronar al viejo Herodes. José presiente el peligro y piensa cómo escapar cuanto antes con su familia. 

Enseguida se acerca Sara, la partera, una chica joven iluminada por una enorme sonrisa. La matrona oficial se encuentra fuera de la ciudad, pero Sara comprueba que todo está en orden y ofrece su ayuda para lo que puedan necesitar. 

María y el niño no pueden encontrarse mejor. A José, en cambio, le resulta imposible ocultar la preocupación que devora sus entrañas. 

Los pastores comienzan a agitarse, un ángel protege la entrada de la cueva. Las luces de un campamento recién instalado en la colina frente al río, brillan con especial intensidad entre las copas de las encinas centenarias. Seguro que se trata del asentamiento de los sabios de Oriente. Sus majestades llegan en los camellos y ofrecen los presentes que representan la triple naturaleza del recién nacido; al mismo tiempo rey, dios y hombre. Sin duda una trilogía difícil de comprender para nosotros, que no somos otra cosa que pobres mortales. 

En el cielo, el lucero de los magos se columpia entre los cuernos de la luna.

Próspero aparece con sus amigos (Pacopús, Luisito, Teodoro, Valiente y Tomasín), en una comitiva festiva encabezada por Magdalena, que preside el coro de castañuelas, panderos y almireces. Gonzalo toca la dulzaina, mientras yo voy tomando buena nota de los acontecimientos, por inmortalizar la ocasión (pues lo que no se escribe se olvida y al final la historia se acaba perdiendo). Leche, queso y miel, amarguillos y orujos para festejar el nacimiento como un nuevo motivo de alegría. Mayorales, zagales y rabadanes saltan, se abrazan y muestran sus respetos a la familia. Sara se incorpora a la fiesta y ofrece copitas de mistela con las que brindar, los perros aúllan, brillan las estrellas en el cielo. Tulín, con una copa en la mano, celebra lo que sea menester. 

Todo va bien. 

De repente una calma sobrenatural envuelve el ambiente, el tiempo se detiene y el silencio se adueña de la escena principal. 

Asoma Orión con su espada y su cinturón de las tres gracias (o de los Reyes Magos): Alnilam, Alnitak y Mintaka brillan en la negrura de la noche con una sinfonía de luces y colores propia de estos días navideños. La guerra en Tierra Santa (Gaza, Siria y el Líbano) complica, sin embargo, tan entrañables celebraciones con otro tipo de fuegos de artificio. 

¡Cuánta pena y cuánta desgracia! 

Pasa el ángel, un silbido en la noche que podría confundirse con el vuelo de la lechuza, remarcando la importancia del misterio que acabamos de presenciar. 

El milagro de la Navidad, una vez más, hace que nos detengamos en los momentos importantes de la vida, en esos pequeños detalles que guardamos en lo más profundo del corazón y que merece la pena disfrutar en plena intensidad.

Cierro los ojos y vuelvo a soñar. 

Con mis mejores deseos para una Feliz Navidad. 

En Vailima, a 24 de diciembre de 2024

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